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De Ipiales a Otavalo, pasando por Tulcán.

  • Foto del escritor: mpak y vamos
    mpak y vamos
  • 26 ago 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 27 ago 2020

Viajer@: Andrés.


"Viajamos no para escapar de la vida, sino para que la vida no se nos escape."


Tomamos un pequeño bus que nos llevaría a la frontera Colombo Ecuatoriana de Rumichaca. Cuando llegamos había unas doscientas personas intentando cruzar el puente internacional: mercaderes, habitantes de las ciudades fronterizas de cada país y un montón de turistas que, como nosotros querían pasar de un lado al otro. Gestionamos los diferentes trámites fácilmente, hicimos la fila de colombianos que estaban pasando a Ecuador y nos firmaron el pasaporte de ingreso al vecino país. Yo crucé la frontera bastante asustado pues había escuchado que las fronteras terrestres no eran las más seguras y que la policía fronteriza era bastante corrupta. (Les adelanto, nunca me ha ido mal cruzando una frontera terrestre).


Salimos del puesto de emigración y antes de seguir, cambiamos algunos dólares (moneda oficial de Ecuador) y recorrimos un poco la zona. Nos enteramos que los cigarrillos y el aguardiente (bebida elaborada a base de anís y caña de azúcar) colombianos son muy apetecidos en las ciudades fronterizas por la diferencia de precios, por lo que muchos comerciantes pasan productos a través del puente para vender en el país vecino o muchos ecuatorianos cruzan y compran su provisiones mensuales para ahorrar un poco de dinero.


Tomamos un bus, que en ese momento nos valió unos 20 centavos de dólar y nos dirigimos hacia la ciudad fronteriza de Tulcán. En los diferentes buses que tomamos, como éramos 5 personas, o nos hacíamos en la última silla del bus, que a veces tenía 5 puestos o uno de nosotros debía irse solo. Muchas veces tomé la decisión de irme yo en una silla aparte, para aprovechar y conocer o conversar con algún lugareño que nos indicara lugares para conocer, que nos hablara de política o de la cultura propia de cada lugar. En este bus, que tardó unos 15 minutos, me fui hablando con una señora habitante de San Gabriel, otra ciudad ecuatoriana cerca de la frontera. Ella me recomendó ir a la ciudad de Otavalo antes de seguir directamente hacia Quito, que era nuestro plan inicial. Y además hizo énfasis en que deberíamos de hacer una pequeña parada en la ciudad de Tulcán, pues su cementerio era famoso por sus esculturas de jardines podados con figuras y formas que ella describió como únicas en el mundo. La ciudad de Otavalo ya venía sonando en nuestros planes desde el día anterior, ya que uno de mis compañeros lo había mencionado gracias a que era famosa por su cultura tradicional e indígena y sus mercados artesanales, así que apenas nos bajamos del bus decidimos ir en esa dirección.

Desde el parque de Tulcán caminamos con las maletas en la espalda hasta el famoso cementerio “José María Azael Franco Guerrero”. Al llegar entendimos por qué todas las personas con quienes nos encontrábamos nos hablaban de este atractivo de la ciudad. Tiene más de 300 figuras representativas de la cultura, la flora y fauna del Ecuador, así como figuras griegas, egipcias, incas, aztecas y romanas; todas ellas podadas en setos y árboles de ciprés. Caminamos y tomamos fotos por todo el lugar, admirando las diferentes estructuras. Es un lugar que vale la pena visitar si se está de paso por esta zona del país.



Regresamos al centro de Tulcán y fuimos al parque, donde Tefa intentó entrar a un supermercado, pero no la dejaron, alegándole que no podía ingresar con la maleta en la espalda. Nos habían dicho que en la frontera los colombianos no éramos muy queridos, ya que muchos de los problemas que tienen las ciudades fronterizas se deben a que muchos emigrantes de nuestro país se dedican a los negocios ilícitos en sus ciudades. Me niego a creer que nos separamos cada vez más, me niego a creer que no podemos convivir como los hermanos que somos, que en realidad hemos tenido tan malas experiencias en nuestro relacionamiento que no podemos llevarnos del todo bien, tuve que esperarla afuera con sus cosas mientras ella compraba un paquete de comida.


Agarramos un taxi que nos llevaría a la terminal para ir a Otavalo. Hablamos con el taxista quien por el contrario tenía una muy buena opinion de los colombianos, pensaba que Colombia era un lugar hermoso, sobre todo por sus mujeres (algo que escucho muy seguido cuando hablo con extranjeros). Él pensaba que era un país costoso, pues el valor del combustible es más elevado que en Ecuador, pero nunca nos había visitado, así que no sabía mucho más. Estuve todo el viaje intentando hablar con todas las personas posibles, quiero ver qué piensan, quiero encontrar aquello qué tenemos en común, creer que podemos tener algo que nos une como humanos. Los tigres son diferentes, pero todos tienen rayas, todos los elefantes trompas, y colmillos, las vacas crían todas a sus crías de forma similar y los perros tiene comportamientos parecidos, ¿Qué nos define a nosotros como hombres? ¿Qué es lo que nos une como humanos?.


Llegamos a la terminal y pagamos unos $5 usd en el aquel entonces y tomamos el bus que en dos horas y media nos llevó a la tradicional ciudad de Otavalo. Llegamos a la terminal sin saber dónde íbamos a dormir, siempre improvisando, sin planes. Tomamos un taxi y le preguntamos al conductor donde podriamos alojarnos. Nos llevó a un hostal bonito y sencillo a media cuadra del parque de Los Ponchos, uno de los lugares turisticos de la ciudad.


El recepcionista era un indígena oriundo de la zona llamado Josuelo, nos indicó donde podíamos comer y fuimos a una plaza que quedaba a dos cuadras, la plaza de los Ponchos.Estaba llena de pequeños puestos de comida típica ecuatoriana, personas de la zona y un par de grupos de turistas que como nosotros, buscaban comida. Comimos empanadas de queso con colada de mora. Así terminó mi primer día en Ecuador.










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