Quito, la mitad del mundo y la Capilla del hombre!
- mpak y vamos
- 20 sept 2020
- 5 Min. de lectura
"La vida, o es una aventura o no es nada". Helen Keller.
Continuación de: Otavalo, Peguche y la laguna de Cuicocha.

Imagen de Unsplash, Quito, volcán Cayambe.
Cómo ya había planteado en una entrada anterior, lo que me gusta de viajar y hacer los trayectos en bus es definitivamente ver y conocer nuevos paisajes. Así que en el momento que salimos de Otavalo, me prometí que no me iba a dormir, además tenía la promesa de ver más de cerca el volcán Imbabura (que ya habíamos visto en Otavalo) y en el camino, el Cayambe; dos de los 4 volcanes que rodea la capital ecuatoriana (Imbabura, Cayambe, Pichincha, Cotopaxi). Pero gracias al frío de la noche anterior, que no me dejó dormir, (leer: Otavalo, Peguche y la laguna de Cuicocha.) no pude evitarlo y me desperté cuando el bus estaba entrando ya a Quito.

Foto de Google Maps, trayecto entre Otavalo y Quito.
Desde la terminal debíamos tomar un bus, que en ese momento (2014) valió 0,40 centavos de dólar, en el bus estuve hablando un poco con un señor, que en principio tenía una apariencia bastante sería. Yo seguía intentando conocer a profundidad la cultura de dónde estuviese. Me habló de política, de Oswaldo Guayasamín y del Barcelona de Ecuador, de quien era hincha, a pesar de que el equipo es de Guayaquil. Después del bus, tomamos el Trole, principal medio de transporte de la ciudad (parecido al Transmilenio de Bogotá) que nos llevó hasta el barrio Mariscal, dónde nos habían recomendado hospedarnos. Allí después de caminar unas cuantas cuadras con las maletas a la espalda, encontramos un hermoso lugar llamado El Cafecito, un café-hostal que me había recomendado un amigo Mexicano. Dejamos las maletas y salimos a buscar almuerzo, comimos en un pequeño restaurante sobre la Av. Diego de Almagro, donde comimos Fritada, uno de los platos más típicos del país y en el que su ingrediente principal es carne de cerdo frita (es un plato rico, que quisiera volver a comer), lo sirven acompañado de ensalada, plátano maduro, papas, choclo y queso.

Fritada, plato típico ecuatoriano.
Salimos hacia el centro histórico de Quito donde pasamos el resto de la tarde. El centro es enorme, caminamos entre las calles observando las diferentes edificaciones coloniales y las antiguas iglesias llenas de figuras en oro y minerales preciosos, (las veíamos desde afuera, ya que muchas de ellas cobran para ingresar.) Entramos a un par de museos donde vi algunas cosas interesantes sobre la historia ecuatoriana y me quedé preguntándome si en realidad hay mucho que nos separe a nosotros de las gentes de este país. Creo que somos más parecidos de lo que creemos, tenemos las mismas historias, tenemos búsquedas similares, hemos vivido bajo siglos de corrupción y se nos han robado nuestros recursos. Sentimos lo mismo, padecemos de los mismos problemas sociales. Definitivamente somos hermanos. Me sentí ecuatoriano por un momento. En el centro también probamos las frituras, un trago de caña llamado puntas y un par de empanadas de morocho, mientras caminábamos por una de las calles más famosas de la ciudad, la Calle de La Ronda. Una diminuta calle de casas coloniales muy bonita, llena de restaurantes y cafés, donde podríamos habernos quedado mucho más tiempo, pero se estaba haciendo tarde y tomamos el trole y regresamos. Acabé mi primera noche en Quito, escribiendo y leyendo el Bhagavad Gita a la luz de una vela.

Calle de La Ronda, Centro histórico de Quito, café - Hostal, El cafecito. Ecuador.
Al día siguiente nos despertamos a eso de las 6:30 a.m. con el frío tradicional de Quito. Conocimos a una familia de Bogotá con quienes desayunamos y los salimos con ellos hacia la mitad del mundo, el famoso sitio turístico (es una ciudad que queda a unos 40 minutos de Quito). Estuvimos en dos buses antes de llegar, me fui hablando de nuevo con la gente que me encontraba. En el primero con un señor y una joven que me hablaron sobre Medellín, el turismo en Quito y los problemas sobre la educación, no tan distintos de los problemas que tenemos en Colombia. En el segundo bus me encontré con un caleño hincha del América, de la “Mechita” había salido de Colombia hace once años, me hablo mucho sobre estas tierras ecuatorianas, el amor que les tenia, lo bien que lo habían tratado, me dijo: “hermano, llevo once años viviendo en la mitad del mundo, en la mitad del mundo! ¿Usted sabe qué se siente poder decir eso?!”, me contó que a los colombianos nos trataban muy bien, sobre todo las mujeres y los jefes, porque teníamos fama de buenos trabajadores.
La Mitad del Mundo, Cerveza Pilsener, Latitud 0.
Llegamos a la ciudad llamada La Mitad del Mundo, entré a un lugar de artesanías donde compre mi primer buso de lana de llama. Recorrimos todo el lugar, pasamos de hemisferio a hemisferio y puse mi brújula en toda la mitad del mundo, pero no sentí, ni pasó nada. Es un lugar interesante, dónde además hay un par de museos y una replica de un pueblo colonial español. Vale la pena ir y saber que se estuvo en "la mitad del mundo", aunque realmente no es un lugar dónde pase nada mágico o extraordinario.
Volvimos al hostal pasando de nuevo por los dos mismos buses, me fui tomando fotos a blanco y negros de los rostros de las personas, sus expresiones, sus facciones, sus lados más humanos, intentando captar en pocas fotos sonrisas, tristezas, todas cosas que nos unen.
Caminamos un poco por Mariscal de vuelta en Quito y entramos al hostal, leímos un poco e hicimos dos regueros de té sobre las mesas del café. Se me vino el recuerdo de una hermosa señora de mucha edad a quien ayude a bajar del segundo bus de vuelta a Quito. Cuándo apoyó sus pies en el suelo, no podía dejar de mirarme y me pregunto que si yo me iba a ir con ella, a lo que tristemente respondí que no.
Camila mi prima, Alejandro y yo salimos a tomarnos una cerveza en la noche en la zona rosa de Quito, pagamos 20 USD por seis cervezas, lo único caro de todo Ecuador. A pesar de quejarnos por el excesivo precio, fue una noche entretenida, el sector de Mariscal es una zona muy bonita de la ciudad que vale la pena recorrer y conocer. Como siempre, con cervezas en la mano hablamos de la vida, de la gente que habíamos conocido y hablamos de la sincronía del viaje, de cómo todo se iba dando en medio del caos y el no tener nada planeado. (Un viaje sin planes claros.)

La Capilla del Hombre, Museo de Oswaldo Guayasamín, homenaje al ser humano. Foto de la cúpula de Unsplash.
Nos despertamos extrañando el agua caliente de la casa, pues en el hostal no había, después de desayunar salimos para la famosa capilla del hombre, el museo de Guayasamín, quizás el más famoso artista ecuatoriano de todos los tiempos. El museo es un lugar genial en una montaña desde donde se ve gran parte de la capital, está lleno de arte pre-colombino y religioso. Estando allí observamos obras sobre la ira, la maternidad y otras emociones, de nuevo una de las cosas que tanto nos une y compartimos todos.
Seguimos recorriendo y admirando muchas de sus obras, me impactaron de forma clara cuatro de ellas, “El Abrazo” que lo compre para regalar, “Quito rojo” que lo compre para mi papá, “El Mestizaje” y la obra de la cúpula de la capilla, “El Hombre de Fuego”. Por una extraña razón desde el momento que llegue al museo pensé en mi padre, Guayasamín me lo trajo todo el tiempo a la mente, hay cosas de infancia que quizás nos recuerden a aquellas personas que nos han marcado. Nos despedimos de los bogotanos y volvimos al hostal, hicimos un viaje de más de una hora por los diferentes buses de Quito hasta la terminal de Quitumbe para coger el bus que nos llevaría a Baños de Agua Santa.
Fotos con licencia de Google.
Continuará... Próxima entrada: Baños de Agua Santa.
Comments