Otavalo, Peguche y la laguna de Cuicocha.
- mpak y vamos
- 5 sept 2020
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 20 sept 2020
"Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas". Henry Miller.

Mercado de Otavalo, Plaza de Los Ponchos. Nu Kakchi Runami Kanchi, Luís y un plato de Yahuarlocro.
Continuación de: De Ipiales a Otavalo, pasando por Tulcán.
Después de una noche de descanso, nos despertamos temprano y salimos de nuevo a la plaza de ponchos, la plaza más famosa de la ciudad. Me dediqué a recorrer todo el lugar, viendo las artesanías y conociendo gente, mirando los colores de sus tejidos, las llamas plasmadas en los ponchos y los abrigos, las plumas de aves, las pequeñas figuras incas, las imágenes de cóndores y los instrumentos musicales. Conocí a Luis, un indígena que tenía una tienda de artesanías, quien me enseñó a decir “Ñukakchi runami Kanchi” que en quechua significa “nosotros somos indígenas”. Desayunamos Yahuarlocro, una sopa de papa encebollada con menudencias de oveja, aguacate y trozos de sangre del mismo animal. Después de probar el extraño plato al que le pusimos mucho limón para neutralizar un poco los fuertes sabores, seguimos recorriendo la plaza, donde nos perdíamos los unos de los otros y cada quien terminaba buscando lo que más le interesaba. Seguí hablando con cuanto otavaleño me encontraba, quienes me contaron que muchos de ellos viajaban a Medellín (mi ciudad natal) a vender sus mercancías y artesanías, que iban en ciertas temporadas y se hacían cerca al centro, por la avenida la playa y que en ocasiones, cuando los dejaban iban al Poblado, donde podían cobrar todo más caro. Me enamoré del lugar, su cultura y el recibimiento de las personas era increíble, es imposible no querer quedarse más tiempo. Compramos una bebida caliente de sábila, propóleo, y un ingrediente secreto que después de tomarlo nos contaron que era uña de gato, un polvo sacado de un árbol que en un principio nos asustó por su nombre. Mientras el hombre de descendencia indígena bastante marcada preparaba nuestra pócima, conocí a un cubano que me habló de su propio enamoramiento por Otavalo, se había enamorado tanto del lugar que nunca volvió a la que él llamaba su siempre amada Cuba, y su Habana. Me dijo que Otavalo además de hermoso tenía la magia del buen trato de sus habitantes, que nunca se había sentido en otro lugar tan a gusto y tan en casa como allí. Continué recorriendo la plaza y conocí a una señora que se reía de forma graciosa y hermosa, me enseño a decir te amo en quechua, explicándome que no se dice te amo, se dice “te quiero con el corazón”, aprender se dice yashama y vivir kausana. Aprender, vivir, amar, ¿Qué más se necesita en esta vida?
Salimos de la plaza de los Ponchos antes de almorzar en dirección a un hermoso lugar recomendado por Josuelo, el recepcionista del hostal. Las cascadas de Peguche, una caída de agua de varios metros de altura, rodeada por una pequeña reserva natural, un bosque húmedo y frio en medio de la montaña. Para llegar, tomamos un taxi que accedió a llevarnos a los cinco. nos dejó a solo unos metros de la entrada de la reserva, dónde hay unas pequeñas ruinas antiguas de las que no supimos mucho. Recorrimos el lugar y compramos algo de comer y beber. Nos adentramos en la reserva natural que está llena de caminos de piedra y caminamos hasta un mirador a solo unos metros de la cascada hasta donde llegaba el agua, el lugar tiene una magia indescriptible, como todo aquello donde la naturaleza aún prevalece sobre las creaciones humanas. Estando ahí conversamos y decidimos quedarnos en Otavalo una noche más y dormir en una talanquera aquí mismo dentro de la reserva (fue una buena idea, pero no estabamos preparados), una choza de madera en forma piramidal que se puede alquilar y donde se puede pasar la noche.
Cascada de Peguche.

Laguna de Cuicocha. Foto de Unsplash (el día que nosotros fuimos, el paisaje estaba muy nublado y gris.)
Otavalo es una ciudad con muchas opciones turísticas, tiene cerca tres volcanes, dos grandes montañas, cultura indígena, dos cascadas y muy buena gente. Por esto es difícil decidir qué hacer en una sola noche o un día y como no pudimos ponernos de acuerdo, tomamos una decisión “salomónica”, (les cuento un poco más en la entrada: Un viaje sin planes claros.) escogimos una moneda y acordamos que cuando no supiéramos que hacer le dejaríamos la decisión a ella, al estilo Harvey Dent, de Batman. La moneda tomaría la decisión entre subir al volcán Cotocachi o ir al Parque Cóndor. Camila mi prima seria quien siempre la lanzara, como la intérprete del oráculo. La decisión mística de la moneda fue ir al volcán.
La subida al volcán fue bastante divertida, después de dos buses que se toman en el centro de Otavalo, agarramos una camioneta particular que nos cobró $0,5 USD a cada uno. Nos fuimos parados en la parte de atrás de la camioneta, recibiendo el frio viento y observando los hermosos paisajes de la zona y las montañas y pueblos que iban apareciendo al frente. Después de media hora de risas, fotos y conversaciones profundas (que se suelen tener con mi amigo Santiago) llegamos a los 3,000 mts de altura (Era lo más alto que había estado hasta ahora en mi vida). Allí, al frente nuestro se encontraba una de las más hermosas lagunas que he visto. Cuicocha o "Kuychi Kucha" o "laguna de los Dioses", como la llaman, es una caldera volcánica o cráter volcánico, al pie del volcán Cotacachi en la cordillera Occidental de los Andes ecuatorianos. Dentro de la laguna de Cuicocha hay cuatro cúpulas de lava que forman dos islas cubiertas de bosque: la más pequeña denominada Yerovi, y la más grande, Teodoro Wolf, en honor al sabio alemán y descubridor. El acceso a ambas islas es prohibido. Éstas están separadas por un canal llamado "Canal de los Ensueños".
En la entrada a la laguna hay un interesante museo gratuito al que ingresamos y aprendimos un poco de la historia geográfica del lugar, además de enterarnos que la única forma que teníamos de subir al cráter del volcán, que era nuestro plan inicial era en un tour largo de más de medio día, además de ser un poco costoso para el presupuesto que teníamos. Así que nos contentamos con llegar hasta allí, lo que igual fue más que suficiente, pues sin saberlo ya habíamos estado en el cráter de un volcán. (Les había dicho que esta primera parte del viaje estaba marcada por volcanes).
Estando en un punto alto de una de las montañas que rodea la laguna me detuve a escuchar el ruido de la naturaleza, de los pájaros, del aire y sentí que la naturaleza no era ajena a mí, yo soy naturaleza y la naturaleza soy yo. Me sentí conectado con cada partícula de aquel grandioso lugar, cerré los ojos y por centésimas de segundo percibí la unidad (algo que había leído en el Tao Te Chin), pensé que todo es uno, que muy atrás en el tiempo todos surgimos de lo mismo, del mismo punto inicial, sea cual sea, en algún momento compartimos exactamente las mismas partículas, los mismos elementos. ¿Será que en algún momento volveremos a eso? ¿Volveremos a ser una sola cosa? ¿Volveremos a ser unidad?. La laguna abarca 3 kilómetros de diámetro y es sorprendente desde el punto que se mire, el azul del agua, las montañas rodeándola y la hermosa vista que se tiene desde casi cualquier parte alta, hacen del lugar una de las experiencias más bonitas y pacificas que haya tenido.
Cuicocha.
De bajada al pueblo de Santa Ana, vimos el volcán Imbabura, que hermosa montaña, quiero verla sin neblina pero no lo logro. En la tarde recogimos nuestras maletas y nos dirigimos a la cascada de Peguche de nuevo, hacia el lugar donde dormiríamos, allí en medio de la oscuridad mientras esperábamos las llaves de la talanquera, conocimos a un hombre que decía ser de Checoslovaquia, no de República Checa o Eslovaquia (mantenía el amor por lo que un día había sido una sola nación). Nos contó muchas cosas, llevaba quince años viajando, viviendo de hacer malabares, trabajar en hostales, restaurantes y bares, hablaba de la vida y de lo ligeros que se debe viajar, nos regaló un té y se fue a su carpa. Me quedé pensando un tiempo si me gustaría vivir así. Ser nómada, no tener un lugar fijo, conocer el mundo. Aun hoy en día a veces quisiera decidir vivir esa vida y desapegarme de todo. Otros días pienso que no disfrutaría vivir de esa manera.
El bosque en la noche es hermoso, es poco tupido, está lleno de eucaliptos y algunos árboles nativos de la zona, caminamos un poco hasta llegar a la cascada que ya habíamos visitado en la mañana. Allí en medio de la naturaleza, cerré mis ojos de nuevo y deje volar mi imaginación mientras sentía las diminutas gotas de brisa que caían desde el punto donde la cascada golpeaba las piedras. Cuando abrí de nuevo los ojos, Santiago estaba parado a un lado mío y me contó que los indígenas de la zona mantenían el pelo largo porque para ellos, este tiene memoria. Por ello mismo se supone que este nunca se les debe tocar y se lo agarran en forma de cola para diferenciarse de otras tribus de la zona.
Esa no dormí casi nada, suelo no dormir mucho, pero esta vez cerré los ojos profundamente apenas por una hora, el frio de aquel lugar era tan exagerado que sentí que se me congelaban los pies, me dolían como si me estuvieran clavando agujas en ellos. Como anteriormente adelanté, no nos fuimos preparados para nada para aquel lugar. Pasé la noche más difícil y larga que he pasado hasta ahora. A eso de las 3 a.m. logré cerrar los ojos por un instante, me dormí con el sonido de decenas de movimientos de la naturaleza y de ranas que había tras la talanquera, debajo y sobre ella.

El frío nos despertó muy temprano en la madrugada, vimos el amanecer en medio del bosque que a esa hora parece encantado. Nos fuimos caminando con Juan, un indígena encargado de cuidar el bosque, en el recorrido nos contó varias historias, cuentos y saberes ancestrales de su gente. Nos habló de los castigos que le hacían a los ladrones, a quienes amarraban desnudos y azotaban con una planta que los hacia sangrar y picar el cuerpo. Nos habló del amor, del respeto a los demás, a la familia y sobretodo el respeto que deben tener los hombres hacia las mujeres. Nos contó un par de rituales que se hacían en unas lagunas cercanas, y en unos pozos de aguas termales. Nos dijo que el exceso de dinero generaba dos cosas graves en la sociedad, primero orgullo y luego codicia y que podía quitar todo lo importante de la vida.
Fuimos a los termales donde se bañan los oriundos de esta zona para quitarse las malas energías y obtener fuerza física del calor, tomé un poco de agua en mis manos, bebí y me eche por los brazos y la nuca, tenía un extraño sabor a metal, le pedí permiso al agua para sumergirme en ella y hundí la cabeza. Caminamos un poco más mientras hablaba más sobre su cultura, los Dioses y aquellos héroes y líderes de su gente. Llegamos de nuevo a la cascada, pero esta vez nos acercamos hasta una piedra, casi debajo de donde el agua golpeaba las rocas, allí parado al lado de Juan y Alejandro, recibí una carga enorme de energía, el agua y el viento combinados nos pegaban en la cara y tenía que hacer fuerza para sostenerme, cerré los ojos, me quede allí por varios minutos, sintiendo la fuerza de la naturaleza, sintiendo mi propia fuerza interior fluir, mi energía; me sentí pleno, dichoso y feliz.
Salimos de la reserva natural y tomamos otra decisión importante: No iriamos a visitar las famosas playas de Ecuador, nos quedariamos recorriendo la zona montañosa, en busca de más volcanes. Volvimos al centro de Otavalo donde tomamos un bus con dirección a la capital de Ecuador, Quito.
Continuará... Proxima entrada: Quito, la Mitad del mundo y el templo del hombre.
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