Re-conociendo Madrid
- mpak y vamos
- 18 oct 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 19 oct 2020

El tren de Zaragoza a Madrid era también de los de alta velocidad, aunque un poco viejo; creo que fue uno de los primeros en su clase. Nosotros creyéndonos muy elegantes, compramos unos quesos y unos jamones antes de subir al tren, para ir comiendo mientras veíamos un paisaje muy lindo, mejor que el anterior trayecto de Barcelona a Zaragoza. Está ruta tenía muchos túneles, que cada que pasábamos nos inhibia el pensamiento pues se sentía en los oídos un dolor muy fuerte; ¿te ha pasado algún vez?. Solo nos reímos cada que pasaba, pues era imposible seguir la conversación. Creo que el cerebro no coordina las dos cosas a la vez.
Madrid ha sido un caos con ojos lindos, a su estilo. Llegamos con unas buenas chaquetas, pensando que estaba tan frío como Zaragoza, pero, ¡que sorpresa!. Caminamos 18 minutos cuesta arriba desde la terminal de Atocha al hostel y sentíamos que moríamos del calor. Solo pensábamos: ¿por que tenemos esto puesto?, decía que estaba a 9 grados, pero era una mentira, hacía un calor terrible. El sol brillaba y nos quemábamos la cara. Yo estaba cuál campesina: por el viento de Zaragoza tenía hecha una trenza, el enredo del pelo era sorprendente, ya parecían rastas. Pero todo iba a empeorar cuando entramos al hostel: estaba con la calefacción a 40 grados. Después del calor que teníamos, entrábamos al propio desierto, solo sudabamos y no veíamos la hora de salir de ahí.
Museo del jamón
La ciudad nos recibido llena de gente; como el hueco en Medellín (el hueco es un área del centro que se encuentra lleno de pequeñas tiendas de todo tipo a muy buenos precios) nunca habíamos visto tanta gente junta. Creo que toda españa se puso de acuerdo para encontrarse en Madrid. Ese día caminamos por la parte céntrica y fuimos a ver la plaza donde está el oso y el madroño. Yo ya la había visto anteriormente en otro viaje, pero solo me acordaba de mi mamá, que después de una viaje que hizo, me contó que nunca logró encontrar al oso y menos al madroño. En realidad me costó verlos, no recordaba que eran tan pequeños.
Más tarde caminamos por varias partes, viendo los grandes edificios, con estatuas sorprendentes y majestuosas qué brillaban en el cielo. Todas eran de dioses griegos y romanos. Una de ellas me llamó la atención: era un hombre acompañado de unos caballos enormes, en la cima del edificio, con adornos de ramas de olivo y un color dorado muy intenso. Sin duda, Madrid es una ciudad que hay que contemplar y volver a contemplar, siempre llamará la atención. Por más que no te guste la arquitectura, esta, ¡te sorprenderá!

Plaza Mayor
En la tarde Dani me mostró que en El corte inglés, en el noveno piso había un lugar maravilloso; se veía todo Madrid. Era un mercado gastronómico con la vista más espectacular, allí, tomamos un tinto de verano y comimos una hamburguesa; mi primera en muchos meses, ya se imaginarán mi reacción al comerla; ¡qué sabor, que textura, que todo! Era más que delicioso. Mi hamburguesa tenía: pan mollete, salsa miel mostaza, queso de cabra, carne de añojo y foie de pato. Hasta ese momento nunca había escuchado hablar de ese tipo de carne, pero fue mucho después, que investigué, y supe que era carne de un animal menor al año, es decir, solo se había alimentado de leche materna. No voy a negar que me encantó, pero qué seguramente no volveré a pedir, y no es que sea una persona vegetariana, pero el solo hecho de saber y entender que era un animal tan pequeño, me rompía el corazón. También me antojé, y digo antojé, porque fue puro capricho visual, de unos postres japoneses llamados Mochis. Estos son elaborados con una envoltura de harina de arroz, y los rellenan de mousse de varios sabores. Me costó un poco decidirme por uno, todos se veían tan lindos que si por mi fuera hubiera comprado uno de cada sabor. Yo elegí uno que se llamaba crocanti ¿y que podría decir de ellos? La verdad creo que son más hermosos que gustosos, a mi modo, no es el tipo de postre que repetiría. Lo sentí algo gelatinoso y con muy poco sabor, pero valió la pena probarlos por sólo verle la cara a Dani al comerlo por primera vez. Me reí por diez minutos sin parar. Ahí pasamos toda la tarde y vimos el atardecer desde lo alto. Se veía la gran vía, muy famosa en Madrid, junto a todos los techos que cada vez iban tornándose más negros al ocultarse el sol. Cabe resaltar que el atardecer fue a las 21:30, los días duran mucho en esta época del año. Esto nos permitió recorrer más con la luz del sol y es como si rindieran más la horas. Por eso que para viajar, busco una época en la que no me llueva tanto pero que a la vez no haga calor como en verano, es por esto que para este viaje escogí el mes de mayo.
Piso noveno del Corte Inglés, tinto de verano, los postres japoneses y el atardecer
De ahí salimos a caminar nuevamente hasta el hostel (Far home Atocha) que está muy bien ubicado, en este, mis papás se habían quedado en algún viaje pasado, por eso me pareció una buena alternativa de hospedaje. El hostel era muy lindo, con toda la onda mochilera, para ir hacer amigos definitivamente. Yo igual, sólo pensaba en mis padres acá, y no lograba imaginármelos en un hostel de estos. Lo que concluí siempre, es que estos son lugares tan bien pensados, que para cualquier edad son maravillosos, eso si, siempre será todo un tema el baño compartido. Creo que a medida que vamos creciendo, este tipo de “lujos” son los que vamos buscando cada vez más. Anteriormente, cuando viajé con mi hermana y mi prima estando mucho más joven, era algo que no me molestaba; finalmente siempre eran más económico los lugares con baño compartido; una gran ventaja para el bolsillo. Pero esta vez si me hacía falta el baño en cada habitación. Las duchas eran muy aburridoras. Eran cómo las llaves de presión. Al oprimir el botón, tras unos segundos se terminaba el agua. Para no sentir la frustración, uno le pone cara agradable y mejor se ríe para hacer más divertido el momento, no alcanzas a echarte el shampoo, cuando ya se ha terminado el tiempo de la ducha o mi motricidad es tan mala que este tipo de cosas no coordinan. La verdad el hostel es muy bueno, el ambiente es muy divertido y uno de verdad se siente en ese plan de mochilero.

Palacio Real de Madrid
¿Y como ir a Madrid y no probar los famosos Churros de San Ginés? Siempre me decían eso. Por no sentirme mal de no haberlos comido antes, en esta oportunidad fui a desayunar allí; tenía que saber que era eso de lo que siempre me hablaban. Cuando llegamos, la fila le daba la vuelta a todo Madrid mas o menos, por suerte y después de esperar unos cinco minutos, salió del restaurante todo un grupo de colegio que ocupaba todo el lugar, y muy afortunados, encontramos una mesa. Pedimos un chocolate, y cuatro churros. Yo creía que era la reina del dulce y mas si es por la mañana, pero allí descubrí que a los madrileños nadie les gana. Yo no podía creer como la gente a nuestro alrededor se tomaba ese chocolate denso como si fuera agua, muy rico pero yo diría que en pocas cantidades es más que suficiente. Un poco malacostumbrada, salí después de no lograr terminar el chocolate a buscar un desayuno con algo de sal, y a la vuelta encontramos un café con unas tostadas deliciosas con tomate y huevo.
Como Madrid es tan grande y teníamos pocos días, Dani tuvo la idea de tomar un cirytour y así poderlo recorrer en este corto tiempo. Yo aunque tenía mis dudas, acepté. En realidad es muy efectivo y divertido ver las cosas desde el segundo piso del bus, pero no sé a mí que me hace; tiene un efecto somnífero en mí. La verdad traté de darle una segunda oportunidad, después de quedarme dormida en pleno invierno en Buenos Aires y casi que morir congelada, pero mis queridos amigos, la segunda tampoco fue; desde hacía mucho no cabeceaba tanto; dormí todo el trayecto, aunque trataba de disimular frente a Dani, los ojos se cerraban solos. Dentro de las cosas que hicimos en el city tour fue ir al parque del Retiro, un parque divino lleno de árboles y flores y unos monumentos espectaculares. Ahí se encuentra la famosa casa de cristal que antiguamente sirvió de invernadero. Como nada es perfecto, nos tocó una carrera de no sé qué, ni quiero saber, qué desvió el bus por unos lugares que no salían en el “tour” que habíamos comprado y para rematar, un tráfico vehicular que ni Bogotá en plena hora pico le ganaba. ¿Moraleja del día? No vuelvo a tomar un tour o bus de esos, para mi no hay como caminar la ciudad y recorrerla a mi modo, probablemente, los sitios turísticos para unos, no serán los mismos que para otros. Y entre el sol y el frío extremo de la mañana, terminamos rendidos y a las 8:30 fuimos a hacer una siesta para salir en la noche con más ánimos, pero resultó siendo una siesta eterna, nunca despertamos hasta el otro día.
El Retiro y edificios desde el seguro piso del bus
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